SANTA MARTA_ En la temporada navideña, el pesebre se erige como un símbolo atemporal que trasciende culturas y generaciones, conmemorando este año su octavo siglo de existencia. Más que una simple representación artística, el pesebre se erige como un recordatorio vivo de la esencia misma de la Navidad.
La historia del pesebre se remonta al siglo XIII, cuando San Francisco de Asís, en un gesto revolucionario, decidió recrear la escena del nacimiento de Jesús de una manera tangible y cercana. En lugar de las fastuosas representaciones que prevalecían en la época, San Francisco optó por un enfoque humilde, utilizando una escena con figuras reales para ilustrar la humildad y simplicidad del momento más sagrado.
Ocho siglos después, el pesebre sigue siendo una parte fundamental de la celebración navideña en todo el mundo. ¿Qué hace que este simple arreglo de figuras tenga tal impacto perdurable?
En primer lugar, el pesebre nos conecta con la esencia de la Navidad. En un mundo cada vez más marcado por el consumismo y la agitación, el pesebre nos invita a pausar y reflexionar sobre el verdadero significado de esta festividad: el nacimiento de Jesús y el mensaje de amor, paz y esperanza que trae consigo.
Además, el pesebre trasciende las barreras lingüísticas y culturales. Aunque las representaciones pueden variar en detalles y estilos, la esencia del pesebre es universal. A través de estas figuras, personas de todo el mundo encuentran un punto de conexión común que une a la humanidad en la celebración de la Navidad.
El pesebre también tiene un poderoso impacto educativo. Para niños y adultos por igual, observar y participar en la creación del pesebre es una manera efectiva de transmitir las historias bíblicas y los valores fundamentales asociados con la Navidad. Cada figura en el pesebre cuenta una historia y, al colocarlas con cuidado, se crea un ambiente propicio para el diálogo y la reflexión.