BERLÍN_ Entre el 5 y 6 de octubre de 2017, los periodistas Jodi Kantor y Mega Twohey, del New York Times, revelaron que el magnate Harvey Weinstein, productor de innumerables Oscar y éxitos de Hollywood, había abusado y acosado sexualmente a mujeres durante décadas. Nunca pensaron que su artículo iba a desencadenar un fenómeno mediático mundial.
El movimiento #MeToo tomo fuerza a partir de la denuncia de la actriz estadounidense Alyssa Milano contra Weinstein y, desde entonces, las mujeres comenzaron a compartir sus experiencias de violencia sexual en las redes sociales bajo la etiqueta en inglés #MeToo («Yo también»). El primer día, ese hashtag se utilizó 200.000 veces en Twitter y, al día siguiente, más de medio millón de veces. #MeToo fue tendencia en más de 85 países y tuvo ramificaciones en muchos otros idiomas. En Argentina, por ejemplo, se usó también el #MiráCómoNosPonemos, en castellano.
Quien acuñó la etiqueta en inglés fue la activista afroamericana de derechos humanos, Tarana Burke, en la red social «My Space», ya en 2006. Burke atiende a jóvenes que han sido víctimas de abuso sexual.
¿Qué ha pasado en cinco años?
Cinco años después, Harvey Weinstein fue condenado a 23 años de cárcel por violación. Otros famosos también fueron condenados por abuso sexual, como el actor estadounidense Bill Cosby y el artista franco-sueco Jean-Claude Arnault.
Los periodistas Ronan Farrow, Jodi Kantor y Mega Twohey ganaron el importante premio Pulitzer de Estados Unidos y su investigación fue llevada incluso al cine, por un estudio de Hollywood, con el título «She Said». La cinta fue dirigida por la directora alemana, Maria Schrader.
El derecho al aborto también se ha convertido en un tema de debate, desencadenado por el #MeToo. En 2022, Alemania flexibilizó el artículo 219a, que consistía en la prohibición de «publicitar abortos», impidiendo a los médicos, incluso, a ofrecer información sobre el procedimiento en sus páginas web.
La contraofensiva
Paralelamente al éxito del movimiento, se observa un «backlash» o retroceso. La palabra describe un fenómeno sencillo: siempre que un movimiento social llama la atención y que desencadena cambios —despidos, sentencias judiciales o reformas de la legislación— surge una contraofensiva.
En Estados Unidos, en 2018, el jurista Brett Kavanaugh fue nombrado juez del Tribunal Supremo, la máxima instancia judicial, por el expresidente Donald Trump, a pesar de que se enfrentaba a graves acusaciones de agresión sexual.
En 2022, el Tribunal Supremo de EE.UU. revocó también una sentencia judicial de 1973, que había establecido el derecho federal al aborto en EE. UU. durante décadas. Hungría también endureció su legislación sobre el aborto. Y, este año, el ampliamente mediatizado juicio que enfrentó a la actriz Amber Heard y a su exmarido, el actor Johnny Depp, hizo ver al público mundial que las mujeres que se atreven a hacer públicas sus experiencias de violencia siguen siendo objeto de desprecio.
Más acción, menos palabras
Mientras las mujeres en Afganistán e Irán arriesgan sus vidas para defender sus derechos, cinco años después del #MeToo, la feminista británica y fundadora del Everyday Sexism Project (o Proyecto sobre el Sexismo Cotidiano), Laura Bates, ha pedido a Occidente que se avance de las palabras a la acción.
En su libro Fix the system, not the women («Arreglar el sistema, no a las mujeres»), reclama reformas urgentes en el poder judicial, la Policía, la política, la educación y los medios de comunicación. «Nada cambiará hasta que reconozcamos que el problema está en el sistema, no en las mujeres», escribió en el quinto aniversario del movimiento #Metoo.