Por Luis Oñate Gámez
–Inspirado en la canción “Desenlace” de Rafael Manjarrez. Historia con lugares y personajes imaginarios._
En Genipa, un pueblo que se levanta en las estribaciones de la Sierra, se tejió la historia amorosa y trágica de María del Pilar y José Tomás, la que aún sigue viva en sus calles y plazas, y hasta se convirtió en leyenda.
María del Pilar, mujer paciente y amorosa, era una joven nativa de piel morena y larga cabellera cobriza tostada por el sol, y José Tomás, un joven guajiro amante de la parranda. Él, con el apoyo de sus padres, partió a la ciudad para continuar su educación. Durante seis años, en vacaciones regresaba al pueblo y el noviazgo parecía sólido, ambos desesperados por juntar sus vidas por siempre.
Ellos y gran parte del pueblo daban por hecho que cuando él terminara su carrera habría matrimonio y un nuevo hogar.
“Se les veía juntos en la plaza, en las fiestas… eran un ejemplo de pareja”, recuerda don Rafael Hernán, vecino del lugar.
Al graduarse, José Tomás cambió de rumbo. Influido por la sociedad y su familia, eligió otra novia, “educada como él”. Nunca volvió a escribirle a María del Pilar. La noticia de su boda, fijada para el 12 de octubre, día de fiesta patronal, corrió como fuego entre los habitantes. Muchos la vieron como una afrenta a la joven que esperó con paciencia durante tantos años.
Esa noche, del 12 de octubre, la iglesia se llenó de flores blancas y de invitados especiales, y luego de la boda, la casa de los padres de José Tomás, donde se realizó la fiesta, vibraba con la música. Afuera, la multitud se apiñaba en puertas y ventanales, tratando de captar cada movimiento de la pareja. Velas y luces colgantes iluminaban la sala con un resplandor dorado, mientras los acordes suaves del piano llenaban el aire.
Cuando los recién casados terminaron de bailar el vals, María del Pilar apareció sin aviso. Entre empujones y cuerpos sudorosos, avanzó hasta la sala donde la pareja aún recibía vítores y lluvia de flores. Los alientos se detuvieron y las miradas se sobresaltaron, incapaces de comprender lo que veían.
María del Pilar se abalanzó sobre José Tomás, lo abrazó con fuerza, y sus ojos, llenos de dolor y determinación, se encontraron por última vez. Sacó un arma de su pretina y le disparó dos veces en el pecho, dejándolo caer a sus pies.
El pánico se apoderó de todos. Algunos gritaban, otros se cubrieron el rostro, y muchos quedaron paralizados. Entonces, María del Pilar accionó nuevamente el gatillo y se pegó un tiro en la sien, cayendo junto a él. En medio del silencio profundo que siguió, algunos aseguran que ella alcanzó a susurrar:
—Si aquí burlaste mi vida, de pronto en el cielo me amas.
La música nunca volvió. La fiesta terminó en un vacío de luces temblorosas y murmullos entrecortados. Desde entonces, en Genipa, esta historia se recuerda como advertencia: los amores rotos pueden dejar cicatrices profundas, y los engaños, a veces, terminan en tragedia.