Perteneciente a la orden de las Hermanitas de Jesús, sor Geneviève llegó discretamente con su mochila al hombro y sin credenciales oficiales para ocupar ese lugar. Sin embargo, nadie se atrevió a detenerla. Francisco la llamaba cariñosamente “la enfant terrible” por su espíritu rebelde y su trabajo incansable con feriantes, migrantes y mujeres transexuales que ejercen la prostitución en las periferias de Roma, especialmente en Ostia y Torvaianica.
Durante más de medio siglo, esta monja ha acompañado a quienes viven fuera de los márgenes del reconocimiento eclesial y social. Fue ella quien, en plena pandemia, acudió junto al párroco Andrea Conocchia al cardenal Konrad Krajewski para llevar alimentos y medicinas a decenas de personas trans, muchas de ellas sudamericanas, que quedaron sin sustento tras el cierre de las ferias.
Gracias a ella, cada miércoles grupos de transexuales y personas LGBTQ+ asistían a las audiencias generales del papa Francisco, quien no solo las recibía, sino que también oraba por ellas. Una de estas mujeres, que fue asesinada poco después de ese encuentro, recibió una bendición póstuma del Papa gracias a una fotografía que la monja le entregó.
Sor Geneviève también logró algo inédito: el 31 de julio de 2024, Francisco se convirtió en el primer pontífice en visitar un parque de atracciones, para encontrarse con feriantes y trabajadores informales. Un gesto más en su misión de hacer de la Iglesia “un hospital de campaña” para todos, sin exclusiones.
La imagen de sor Geneviève frente al féretro, sola, serena y llorando, simboliza quizás mejor que cualquier discurso la herencia humana y pastoral de un Papa que eligió el nombre de Francisco para abrazar la pobreza, la humildad y la compasión. Y que encontró en ella, una mujer sin ornamentos pero llena de evangelio, una aliada para tocar las heridas del mundo.