Era una mujer alta y delgada, de una cabellera larga y desordenada que no le dejaba ver la cara. Sus brazos alargados le llevaban las manos huesudas hasta las rodillas. Vestía una túnica blanca con hilachas en la parte baja y no se le veían los pies; parecía flotar sobre el aire. Su llanto quejumbroso me hizo erizar la piel. Estaba asomado por una hendija de la puerta porque minutos antes me desperté con el aullido de los perros.
Así, en forma detallada y sin omitir ni una coma, escuché a muchos adultos mayores en mi pueblo Algarrobo, narrar la manera cómo llegaron a conocer a La Llorona Loca.
Una leyenda de terror que los Viernes Santo a la mayoría de las personas, sobre todo a los niños, nos hacía dormir temprano y en silencio, pues era una constante que ese espanto le saliera a los que estuvieran despiertos y se llevaba a quienes tenían la osadía de estar en la calle a las 12 de la noche.
Muchos años después, conocí que José Rafael Oñate, mi hermano mayor, con Robertico Mendinueta, Héctor Vélez, Alfonso Parra y varios otros de su gallada, se reunían a escondidas los Viernes Santo para realizar en el pueblo escenas de terror.
A las doce de la noche salían a llorar con requiebro, iban de esquina en esquina, el uno le respondía al otro mientras avanzaban, cubriendo casi todas las calles.
El silencio y la quietud de las noches de los meses de marzo y abril, más la oscuridad reinante para esa época en el pueblo, les ayudaba a multiplicar el mensaje.
El Sábado de Gloria desde la buena mañana la noticia sobre la supuesta aparición de ‘La Llorona Loca’ se tomaba todas las reuniones en el pueblo.
Cada contertulio, supuesto testigo del hecho, le imprimía su sello a la historia, pero siempre teniendo como eje central la fisonomía del personaje. Así, el mito tomó los ribetes fantásticos que posiblemente lo ayudaron a perdurar por muchos años más.
Hoy la leyenda comienza a desaparecer y de la nueva generación muy pocos la conocen. Y es que ya no hay quienes emulen a los José Rafael, Robertico, Héctor, Alfonso y todo el combo.
Algunos afirman que quizás el desarrollo tecnológico ha coadyuvado a que en Algarrobo y en otros pueblos del Magdalena, el mito muera.
LA HISTORIA
En lo poco que he logrado investigar he notado que la historia de La Llorona va de México a Chile, al parecer, se trató de una leyenda que vino de Europa y se fusionó con un mito de los nativos de este continente. Claro está que, en cada región y país, tiene algunos trazos diferentes, pero en el fondo es casi la misma.
Mientras que en Algarrobo, Magdalena y otros pueblos aledaños, el espanto solo aparecía el Viernes Santo, en los Llanos Orientales y en algunas zonas del Caribe colombiano La Llorona vagaba cualquier día del año por calles y caminos oscuros y solitarios.
En gran parte del Caribe colombiano se le conocía simplemente como La Llorona, el apelativo de Loca se lo colocaron luego de que en el siglo pasado, en la década del 60, se popularizara la canción del maestro José Barros Palomino, y como se trataba de un espanto que lloraba le quedó preciso.
El compositor describió majestuosamente en una crónica musical su encuentro con esta Llorona Loca en una calle de Tamalameque, Cesar:
“A mí me salió una noche/una noche de carnaval/me meneaba la cintura/como iguana en un matorral”, narra el autor en una estrofa de su obra musical.