A comienzos de 2025, la relación diplomática y comercial entre Colombia y Estados Unidos se deterioró rápidamente luego de que el presidente Gustavo Petro, a través de su cuenta oficial de X (antes Twitter), afirmara: “Colombia no aceptará vuelos de deportados hasta que Estados Unidos garantice protocolos humanitarios. Nuestros migrantes no son delincuentes”. Esta decisión provocó una respuesta inmediata de la administración Trump, que anunció la imposición de aranceles del 25 % sobre todos los productos colombianos, con la advertencia de aumentarlos al 50 % si no se restablecía la cooperación en temas migratorios. Además, se revocaron visas diplomáticas y se intensificaron los controles aduaneros sobre productos colombianos (El Espectador, 2025; El Tiempo, 2025).
Aunque la medida arancelaria del 25 % fue suspendida tras un acuerdo migratorio, el 2 de abril el gobierno de Estados Unidos oficializó un arancel universal del 10 % sobre todas las importaciones, vigente desde el 5 de abril. Esta tarifa aplica de manera uniforme a todos los productos colombianos exportados a ese país, incluidos banano, palma, café y aceite de coco, afectando de forma directa al Magdalena. La medida, enmarcada en la estrategia del denominado ‘Día de la Liberación Económica’, representa un giro hacia el proteccionismo más radical en la política comercial estadounidense reciente (Analdex, 2025; Semana, 2025).
Estas medidas proteccionistas afectan el libre comercio entre países. Desde un enfoque económico, la apertura comercial y la especialización han sido claves para el crecimiento económico, el aumento de la productividad y la mejora en la calidad de vida. El comercio internacional no es un juego de suma cero.
Ricardo (1817) en su teoría de las ventajas comparativas y Krugman (1991) en su modelo de economías de escala e integración de mercados, el comercio no solo amplía la frontera de posibilidades de producción, sino que estimula la innovación y los encadenamientos sectoriales. Bhagwati (2002) añade que el comercio puede ser una herramienta efectiva para reducir la pobreza si se acompaña de políticas públicas distributivas. Paul Samuelson advertía que, si bien el comercio es mutuamente beneficioso, perder un socio comercial clave puede tener impactos dolorosos y difíciles de revertir.
En el caso de Santa Marta y el Magdalena, diversos estudios han demostrado los beneficios del comercio exterior. Viloria (2002) analizó cómo el auge del comercio convirtió a Santa Marta en el principal puerto de la Nueva Granada. Morón (2006) estimó que la productividad, los costos y la estructura industrial explican en gran parte el comportamiento de las exportaciones departamentales. Meisel (2008) sostuvo que las políticas proteccionistas en Colombia afectaron negativamente a la región Caribe, limitando su vocación exportadora. Elías (2007; 2008) documentó el papel histórico del puerto como eje de crecimiento regional. Rodríguez y Torres (2020) realizaron un análisis empírico reciente del comercio y el turismo, y Acosta Mejía (2021), desde la Nueva Geografía Económica, subraya cómo el comercio internacional incide en la dinámica urbana de ciudades portuarias.
La estructura económica del Magdalena depende fuertemente del comercio exterior. En 2022, las exportaciones del departamento ascendieron a USD 1.005 millones y representaron el 19,95 % del PIB departamental (MinCIT, 2024). Estados Unidos fue el principal destino comercial, concentrando el 20,2 % del total exportado, es decir, uno de cada cinco productos que el Magdalena vende al mundo tiene como destino ese país.
Entre enero y marzo de 2024, el Magdalena registró exportaciones por USD 189,7 millones, con un crecimiento del 20,8 %. El banano representó el 54,1 % de las ventas no minero-energéticas (USD 97,5 millones), seguido del aceite de palma (USD 53,1 millones) y el café sin tostar (USD 11,8 millones). En el caso del aceite de coco, se estima que las exportaciones hacia Estados Unidos ascendieron a USD 13,6 millones (cálculos propios con base en MinCIT, 2024). Además, el puerto de Santa Marta, con su calado natural y su capacidad logística especializada, movilizó más de 6,2 millones de toneladas en 2023, de las cuales un 37 % tuvieron como destino Norteamérica (Sociedad Portuaria de Santa Marta, 2024).
En este contexto, el acercamiento con China adquiere un matiz más táctico que ideológico. El Plan de Cooperación BRI firmado el 14 de mayo de 2025 entre ambos gobiernos abre la posibilidad de inversiones en infraestructura, conectividad digital, inteligencia artificial, transición energética y desarrollo agrícola sostenible (Gobierno de Colombia & República Popular China, 2025).
Si bien China es el cuarto destino de las exportaciones colombianas, sus compras en productos agrícolas del Magdalena siguen siendo marginales. En 2023, apenas USD 18 millones en banano y menos de USD 5 millones en café llegaron a ese mercado (DANE, 2024). A diferencia de Estados Unidos, cuya cercanía geográfica permite flujos estables y rápidos de productos perecederos, la distancia con China —más de 14.000 kilómetros— impone retos de cadena fría, transporte intermodal y adaptación fitosanitaria, lo que exige redoblar esfuerzos diplomáticos y logísticos.
La apuesta por China, entonces, debe leerse como una posibilidad de mediano y largo plazo que exige política comercial activa, inversión en capacidades locales y diplomacia técnica. Como estrategia de mitigación, Santa Marta y el Magdalena deben apostar por la diversificación de mercados, el fortalecimiento de certificaciones internacionales, la promoción de productos con denominación de origen y el desarrollo de infraestructura logística que permita conectividad hacia Asia y Europa.
En el más reciente foro bananero, productores del sector señalaron que, aunque el mercado chino es atractivo, su lejanía y exigencias fitosanitarias lo convierten en una alternativa más compleja que no sustituye fácilmente al mercado estadounidense. Lo mismo ocurre con el aceite de palma: pese a los aranceles del 10 %, productores consideran que mantener la relación con Estados Unidos sigue siendo viable en el corto y mediano plazo, ya que sus competidores también enfrentan el mismo arancel.
Desde Washington, la decisión colombiana de aproximarse a China ha sido interpretada como un distanciamiento estratégico. En este marco, la suspensión de fondos de cooperación, la imposición de aranceles y las amenazas de ruptura comercial no solo responden a razones técnicas o migratorias, sino que se insertan en una lógica de competencia hegemónica. Estas medidas no solo podrían mantenerse sino intensificarse si Colombia profundiza su articulación con China. Con un corolario adicional: el Tratado de Libre Comercio vigente con ellos. El palo no está para cuchara, como decía mi abuela materna.
Lo que está en juego no es únicamente la diversificación de los socios comerciales, sino la estabilidad de un modelo de desarrollo territorial. Santa Marta y el Magdalena enfrentan el desafío de fortalecer su autonomía fiscal, mejorar su infraestructura logística y diseñar una política de inserción internacional que no dependa exclusivamente de la voluntad de las potencias. La firma con China puede ser parte de esa estrategia, pero no debe realizarse a costa del tejido social e institucional ya construido.
Como lo expresó recientemente el rector de la Universidad del Magdalena, Pablo Vera Salazar, «el comercio exterior no puede pensarse sólo como una cifra en la balanza; para territorios como el Magdalena, es una condición de posibilidad para el desarrollo inclusivo y sostenible» (Vera, 2025), sino la estabilidad de un modelo de desarrollo territorial, que enfrenta el desafío [de la] ampliación de la formalización empresarial, el fortalecimiento de su autonomía fiscal, el mejoramiento de su infraestructura logística-portuaria y el diseño de una política de inserción internacional que no dependa exclusivamente de la voluntad de las potencias. A propósito de la situación de esta columna es recomendable ver el documental American Factory (Bognar y Reichert, 2019).