BERLÍN_ La historia recuerda por momentos a la trama de la película «¿Quieres ser John Malkovic?», en la que una pareja descubre un portal insólito detrás de un mueble. Pero sucedió en la vida real, en una ciudad de Capadocia, región histórica de Anatolia, Turquía.
Se trata de una zona conocida por sus paisajes y por las famosas «chimeneas fantásticas»: pilares formados gracias a la erosión natural de la roca volcánica que domina su superficie.
Dichas formaciones, así como las cuevas subterráneas de Capadocia, fueron aprovechadas hace muchos siglos por los habitantes de la región, a fin de resguardarse de los numerosos ataques de comunidades rivales. Las cuevas, construidas adaptando la suave consistencia del material volcánico en Anatolia, también fueron convertidas en almacenes y capillas. Algunos arqueólogos creen que fueron los hititas los primeros en realizar tales construcciones. Otros suponen que fueron los frigios, y otros más, que las obras de deben a los cristianos del siglo V de nuestra era.
El portal se abrió con un martillo
Como sea, un anónimo personaje de la ciudad de Derinkuyu descubrió por casualidad uno de los asentamientos subterráneos más grandes conocidos en Capadocia. Cuenta la historia que el hombre buscaba hacer trabajos de renovación y ampliación en el sótano de su vivienda en Derinkuyu y que, al martillar en cierto punto, se abrió un resquicio hacia una de las ciudades subterráneas más grandes e impresionantes de la región.
A la postre, se estableció que el asentamiento descubierto por el hombre -cuya identidad por desgracia no quedó asentada en ningún registro- era una vasta ciudad de 18 niveles, que alcanzaba los 76 metros de profundidad. Se calcula que la ciudad subterránea de Derinkuyu, la más grande descubierta en Anatolia hasta la fecha, tenía capacidad para albergar hasta 20.000 personas.
Almacenes y cárceles bajo tierra
¿Y cómo se garantizaba que todas tuvieran suficiente oxígeno para respirar y sobrevivir? En las excavaciones posteriores al descubrimiento, que data de 1963, se estableció que la ciudad subterránea contemplaba una serie de orificios de cerca de 10 centímetros de diámetro que servían como respiraderos. Mediante canalizaciones que se extendían por los dos primeros niveles de las cuevas, se lograba conseguir suministro de aire respirable por lo menos hasta el octavo nivel bajo la superficie. Las cuevas a partir del octavo nivel eran usadas como almacenes de materiales o incluso como celdas para prisioneros.
Si bien se cree que la principal función de las cuevas era la defensa contra fuerzas rivales, también se piensa que se trataba de refugios contra el clima extremo, en una zona de inviernos gélidos y veranos de calor inclemente. Hoy, las ciudades subterráneas son una de las principales atracciones turísticas de Capadocia y de Derinkuyu. Pero ni los turistas ni los arqueólogos quizá ni se hubiesen percatado de todo su valor histórico, sin aquel hombre que de un martillazo abrió el portal hacia ese mundo extraordinario.