SANTA MARTA_ El 22 de noviembre del año 2000, a bordo de canoas a motor o Johnson, 60 paramilitares vestidos con camuflados y fuertemente armados navegaron en horas de la madrugada por la Ciénaga Grande de Santa Marta, y en el trayecto hacia sus poblaciones palafitas mataron a 39 habitantes de la región, todos pescadores.
El temor motivó un desplazamiento forzado que dejó a Nueva Venecia –epicentro de la masacre– desolado y convertido en un pueblo fantasma.
Ahora, 22 años después de ese sangriento episodio que tiñó de rojo las grisáceas aguas del complejo lagunar, quienes sobrevivieron traen al presente a los que murieron, pues consideran que “fueron condenados al silencio, pero no al olvido”.
Y en medio de los recuerdos siempre ronda el interrogante de los pobladores: ¿Porqué se ensañaron contra nosotros?.
“Fue una retaliación de los paramilitares contra sus habitantes, a quienes acusaron de haber guardado silencio cuando el Eln trasladó por esa zona, rumbo a la Sierra Nevada de Santa Marta, a 9 secuestrados de la Ciénaga del Torno, el 6 de junio del año 1999”.
Se especuló que, además, existía un interés particular de Carlos Castaño –para entonces jefe máximo de las AUC– de penetrar el departamento del Atlántico, pues la Ciénaga era un sitio estratégico por estar situado entre Barranquilla y Santa Marta.
Luego de más de dos décadas del holocausto y tras levantarse de sus cenizas, los habitantes siguen trabajando por construir una historia distinta, en la que no haya violencia y en donde crezcan la fe y las esperanzas, pero también en la que haya un resarcimiento institucional, equitativo y sin dilaciones.
Temístocles Meléndez Garizábalo, un pescador que para la época de los hechos tenía 42 años (hoy con 64) sostiene, a propósito de esa reparación, que “el Gobierno ha dado ayudas a unos y a otros no”, siendo esto último su caso.
Precisa que en una sentencia salió favorecido con una indemnización de $14 millones 500 mil pesos, y aunque no se la han desembolsado, en la Unidad de Víctimas en Santa Marta le aparece como recibida.
“Le comenté al abogado la situación y esta es la hora que no me solucionan el problema”, comentó.
Explicó que su situación se configura en el formato de desplazamiento forzado, y agradece a Dios porque ninguno de su grupo familiar cercano figuró en la lista del genocidio.
Con su esposa Yadiris Camargo y sus 5 hijos (hoy tiene 2 más), Temístocles huyó hacia Soledad, Atlántico, pero 6 meses después retornó a Nueva Venecia. Desde ese entonces tiene una tienda que logró montar con la ayuda de la profesora Emilse Manga y el yerno de esta, Mauricio Hincapié.
Dice que aún no olvida la lapidaria frase que en la plaza de la iglesia lanzó un hombre alto, con sombrero caña flecha, botas pantaneras y ruana:
“¡A lo que venimos!”…. y seguidamente se escuchó el tableteo de los fusiles contra la humanidad de sus amigos pescadores, tendidos boca abajo en la tierra. Una frase que retumba en sus oídos y permanece en su memoria, y que aunque quisiera olvidar no puede. Por eso sostiene que a título institucional les “ha hecho falta la ayuda sicológica”.
El recorrido de muerte de las Autodefensas comenzó a las 10 de la noche del 21 de noviembre del 2000 por el caño El Clarín, en cinco lanchas que transportaban cada una 12 personas, al mando de alias Andrés, jefe de la compañía ‘Walter Úsuga’.
En las primeras horas del 22 de noviembre, las embarcaciones llegaron a un sitio denominado kilómetro 13 y allí, a machete y puñal, dieron muerte a 11 pescadores. Otros 5 fueron convertidos en rehenes – guías. La idea era que los condujeran por entre los manglares.
A las 3:00 de la madrugada llegaron a Nueva Venecia y se dividieron en grupos. Uno ajusticiaba a 12 hombres en la plaza de la iglesia, otro disparaba contra las casas y un tercero irrumpía en las tiendas para saquearlas.
A las 5:00 de la mañana, en la retirada, en jurisdicción de Buenavista, dieron muerte a otros pescadores que se transportaban en tres canoas.
En versión libre el 3 de julio en Barranquilla, Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, aceptó la masacre de Nueva Venecia a la que denominó “hechos de guerra”. Dijo que fue una operación militar para controlar un territorio que había sido del dominio de la guerrilla del Eln.
Luego fue condenado a 47 años de prisión por el Juzgado Único Penal del Circuito Especializado de Santa Marta, que acogió el material presentado por un fiscal de la Unidad Nacional de Derechos Humanos.
Uno de los primeros en ser asesinado en Nueva Venecia fue Roque Parejo, un líder popular muy querido en la comarca. Tras su muerte, su casa fue pintada de colores llamativos
También murieron los hermanos Néstor Iván y Armando Antonio Acosta Suárez, Milton Javier Gómez Barrios, Éver Julio Rodríguez Mejía, Basilio De la Cruz Rodríguez, Darío Moreno Retamoza, Emilio Rafael Manga Mejía, Armando Rafael Mejía Mendoza y Martín Rafael Rodríguez Ayala.
Igualmente Rafael Ángel Mendoza Martínez, Javier Caballero Vergel, Iván Roque González Ferrer, Manuel Octavio Rodríguez Ayala, Gerardo Antonio Escorcia, Efraín Miguel Belta Escorcia, Jorge Altamar López, Nicolás Insignares García, Edwin Jesús Cruz Romero, Éder Geovanny Londoño González y José Francisco Álvarez.
Al igual que José Marín Rodríguez, Joaquín Modesto Álvarez Charris, Yahir András Miranda Niebles, Orlando Rafael Ayala Niebles, Jorge Luis Nieto Álvarez, Néstor Julio Ayala Suárez, Gustavo Yepes Conrado, Senen Antonio González Mejía, Erasmo De la Cruz Suárez, Wilmar Mejía Mejía, Malfred Gutiérrez Pacheco, José Camacho, Pedro Utria y Edwin Gamero Castillo.
Se dijo que después de la masacre, entre el 2000 y el 2006, se cometieron más crímenes selectivos y que por lo menos 20 pescadores más fueron asesinados en el departamento del Atlántico, a donde se habían ido desplazados, y otros en la misma Ciénaga Grande.
Hace 8 años, en el marco de una ceremonia de perdón público por parte del Ejército y la Policía Nacional por la omisión en la responsabilidad de evitar la masacre, la comunidad reclamó del Estado mayor acción social.