Por la estación de Algarrobo el tren pasaba a media marcha. La mayoría de las veces, para darle paso a otro auto ferro que iba en sentido contrario tenía que tomar el switch o intercambiador lineal que estaba a menos de un kilómetro. El frenazo hacía chirriar las ruedas que en forma rebelde resbalaban sobre los rieles, y su pito reiterado y profundo retumbaba en todo el valle del Ariguaní.
“El Pollo Fide”, mi viejo, acostumbraba a mantener una vaca parida en el pueblo para que tuviésemos leche pura y fresca todos los días. En un tiempo, estando muy niño, esa vaca la dejaba pastando en La América, frente a La Estación, era una finca de Heriberto Ayala que administraba el primo Alberto Cano.
Los días de semana había un muchacho que en burro nos llevaba la leche a la casa, los sábados y domingos nosotros la buscábamos y en las tardes íbamos a llevar la vasija; un galón plástico de 4 litros. Me pelaba por acompañar a mis hermanos mayores a buscar la leche o a llevar la vasija, solo para ver pasar el tren.
Aunque no todas las veces nuestro viaje coincidía con el paso de el tren, pero el solo hecho de ir jugando y mamando gallo o llegar a donde el señor Franklin y la señora Chepa a comer frutas era una delicia y una fiesta para cualquier niño pueblerino en esa época.
Recuerdo que ancianos, jóvenes y niños nos alineábamos al lado de la trocha férrea para ver pasar el tren. Se sentía una rara sensación de regocijo y nostalgia al ver que los viajeros correspondían de manera efusiva los saludos que les hacíamos; por las ventanas, muchos de los pasajeros sacaban sus brazos y parte del cuerpo para responder los adioses. Incluso, algunos nos gritaban mensajes indescifrables, los cuales dejaban a varios adultos haciendo conjeturas.
-El que iba de camisa de cuadros se parece al hijo de Domitila Cotes, la que vive en allá en El Copey. Él estudia en Bogotá y de seguro que se va a bajar en la estación de Fundación. Ay niña…, si tuviera con quien avisarle para que lo esperen mañana. –Esa fue una de las tantas suposiciones que escuché; la esbozó una de las señoras que, con la misma algarabía de los niños, uno de los tantos días se colocó al lado de la línea férrea para ver pasar el tren…